La vida, precoz y larga, de Torre Repetto

Extraño las buenas partidas de ajedrez con mi hijo Luis Enrique, quien recién cumplió siete años. Este místico juego lo ayudó a pasar una etapa muy complicada de su breve vida. El primer año de la primaria la cursó en una escuela que nunca le llenó del todo pero fue ahí en donde se encontró con el tablero mágico que atrapó su atención. De repente, comenzó a platicar las historias de Bobby Fisher y un gran maestro mexicano: Carlos Torre Repetto. Algo había oído del primero, pero la historia del segundo me impactó. Durante un lustro, México tuvo a uno de los más grandes ajedrecistas de la historia que dejó de jugar muy joven y bajo circunstancias misteriosas.
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Extraño las buenas partidas de ajedrez con mi hijo Luis Enrique, quien recién cumplió siete años. Este místico juego lo ayudó a pasar una etapa muy complicada de su breve vida. El primer año de la primaria la cursó en una escuela que nunca le llenó del todo pero fue ahí en donde se encontró con el tablero mágico que atrapó su atención. De repente, comenzó a platicar las historias de Bobby Fisher y un gran maestro mexicano: Carlos Torre Repetto. Algo había oído del primero, pero la historia del segundo me impactó. Durante un lustro, México tuvo a uno de los más grandes ajedrecistas de la historia que dejó de jugar muy joven y bajo circunstancias misteriosas.

Luis Enrique me platicó que Torre Repetto había jugado contra un alguien que había estado en prisión. Luego mencionó un torneo en Rusia. También que jugó partidas múltiples contra soldados mexicanos. El pequeño estaba tan entusiasmado con el personaje que me contagió. Al buscar más datos de la historia me encontraría con una extraordinaria foto, que les comparto, de aquella ocasión. El maestro jugó, al mismo tiempo, contra cuarenta capitanes, sargentos y generales encabezados por el legendario general Amaro, el hombre que modernizó y estructuró al ejército mexicano, tras la Revolución.

También encontré en You Tube la película del Torneo de Moscú, celebrado en 1925.

Carlos Torre Repetto nació en Mérida, Yucatán, un 23 de noviembre de 1904. Aprendió el ajedrez viendo jugar a su padre y a su hermano pero descubrió su potencial en Nueva Orleans, ciudad estadounidense en donde la familia se refugió por el alzamiento de 1910. Aquel sitio estaba marcado como uno de los puntos geográficos más importantes en la historia del deporte ciencia. Ahí había nacido uno de sus genios incomprendidos: Paul Morphy.

La mayoría de los éxitos del yucateco se dieron en Estados Unidos. Como todos los héroes deportivos, o de competencia, tenía sus dos personalidades. Cuando no jugaba al ajedrez, trabajaba de cajero en una zapatería. Su físico rompía por completo con el molde de los hombres maduros, bigotones, canosos, engominados y rudos que comandaban ejércitos de 16 elementos, tallados en marfil o madera. Él era delgado, muy delgado. Endeble. Con anteojos circulares. Rulos peinados con raya a un lado. Sonriente. Cordial. Gustoso de proponer tablas para no violentar a sus contrincantes, aún sabiendo que los tendría en jaque durante las próximas cuatro o cinco jugadas.

Entre 1921 y 1926 jugó las partidas más intensas en contra de los grandes ajedrecistas de la época. Ganó, perdió y propuso tablas. Todo lo fue documentando para crear los algoritmos que al final le darían la verdadera inmortalidad. Se midió con personajes como Lasker, Capablanca, Alekhine ( los tres grandes maestros por aquel entonces. Marshall, su buen amigo. Whitaker, el personaje que mi hijo me platicaba que había estado en prisión, dicen que por una vida llena de violencia y crimen. Contra este último, el mexicano aseguró que había jugado la partida más difícil de su vida.

En 1925 partió rumbo a Europa y se convirtió en un referente para los soviéticos, quienes le editaron su primer libro, que fue publicado en ruso: "El desarrollo de la habilidad en ajedrez".

Tenía apenas 21 años cuando dejó de competir. Aquel 1926 fue extenuante para el maestro y en octubre, durante su último torneo en activo, colapsó. Ignoro las causas pero tal parece que las poderosas mentes de los genios del tablero a veces se desajustan en la lentitud del universo en el que viven. El retiro obligado ha sido interpretado desde distintos ángulos: el médico, el de la conspiración, el del desamor, el de la corrupción, etc. Las explicaciones hablaban de una droga que le inyectaron los perversos oficiales de migración en Estados Unidos, también de una trastada que le hicieron para no pagarle un premio económico que había ganado; otros dicen que por haber hecho migas con los soviéticos. Sin embargo Torre Repetto hablaba de cansancio, un cansancio interior que le obligó a ofrecerse tablas a sí mismo. Su familia lo ocultaría en un pueblito tamaulipeco, en donde uno de sus hermanos ejercía como médico y tenía una botica.

Nunca volvió a competir, pero seguía documentando partidas. Analizando el universo a través de esa puerta que se abre con variantes matemáticas. La parte final de su vida transcurrió en Mérida, en un asilo. Un año antes de morir, en 1977 le otorgaron el título de Gran Maestro Internacional. Había pasado medio siglo desde la última vez que había competido en un torneo oficial.

También supe que Juan Obregón, el profesor de ajedrez de mi hijo, tiene un guión cinematográfico sobre la vida del personaje. Me encantaría participar en la realización de esa cinta. Por cierto, no sé si algo se movió en el universo pero cuando estaba por cerrar este escrito llegó Luis Enrique y me dijo: papá, ¿jugamos ajedrez? Después de tanto tiempo de no hacerlo, me aplicó un bien merecido jaque al pastor.

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